Frontera y residuo:
Dos papers sobre arte fronterizo


En estos últimos días acaban de circular dos papers clave sobre arte fronterizo. Curioso que ambos vuelven sobre la noción del residuo como central para pensar hoy lo fronterizo, uno desde un enfoque más geopolítico/institucional, otro desde un enfoque más cultural/neocolonial:


"Poéticas de la delincuencia: expulsiones y ciudadanías (una aproximación al arte sobre frontera en Tijuana)", de Alina Peña Iguarán // Sobre la obra de Omar Pimienta, Ingrid Hernández, Marcos Ramírez ERRE, etc.

http://beta.hemisphericinstitute.org/es/emisferica-14-1-expulsion/240-14-1-essays/2406-poeticas-de-la-delincuencia-expulsiones-y-ciudadanias-una-aproximacion-al-arte-sobre-frontera-en-tijuana-2.html


"Nuevas tijuanologías: del hibridismo a las rudologías en las estéticas fronterizas", de Heriberto Yépez // Sobre la obra de Teresa Margolles y Fiamma Montezemolo, en discusión con Alessandra Russo, etc.

https://www.academia.edu/38027434/Nuevas_Tijuanolog%C3%ADas_del_Hibridismo_a_las_Rudolog%C3%ADas_en_las_estéticas_fronterizas_2018_

 
Y pensar que hace pocos años había (y todavía hay) quienes despreciaban los estudios fronterizos como una "moda" que quedó atrás... Mucho que reflexionar y discutir todavía.
 
Imagen: Still de Rastros / Traces (Montezemolo, 2012)

Bandersnatch sin Netflix
| Internet como mundo átono


Internet antes | Internet ahora

Internet se ha vuelto un espacio cada vez más predecible. Las grandes corporaciones han cooptado desde hace años sus principales circuitos y a través de big data y algoritmos los han vuelto más "eficientes", pero a costa de tratarnos como usuarios cada vez más pasivos, meras cifras a procesar. Toman un nicho, lo monopolizan e imponen las condiciones de interacción a su beneficio. Ciberindustrias culturales colonizadas por el Capital transnacional: desde Facebook o Google, hasta Spotify o Netflix. Su dominio es tal que ahora difícilmente imaginamos que otro internet es posible. Futuros cancelados del realismo semiocapitalista (Fisher + Bifo dixit). 


Pero internet no fue siempre así. Hubo una época en que se imaginaba a internet como sinónimo de posibilidades indefinidas, con un intercambio cultural mucho menos controlado por las grandes corporaciones. La cultura del P2P y los torrents tuvo sus años dorados, desde Napster hasta The Pirate Bay. ¿Y se acuerdan cuando MySpace nos hizo a todos amateurs en programación html? Pero hoy en día un alumno de Comunicación promedio no sabe cómo bajar una película y sincronizarle subtítulos —excentricidades underground frente al statu quo de suscripciones y mecanismos de identificación. El repertorio de consumo cultural que se piensa posible en internet es cada vez más restrictivo justo cuando se nos hace creer lo contrario.


Esa es precisamente la paradoja que articula (sin saberlo) Bandersnatch (2018), el nuevo largometraje interactivo que Netflix lanza como parte de la serie de ciencia ficción Black Mirror. El formato de la narración interactiva ("hipertextual") no es una novedad, por supuesto. Desde casos literarios (como Rayuela) hasta videojuegos, pasando incluso por anuncios comerciales, el recurso ya es conocido. Sin embargo, resulta sugerente la relación con Netflix, no solo como plataforma de lanzamiento (que puede popularizar el recurso en el mainstream-ing) sino también como parte del posible contenido explícito de la historia (como veremos al final).


Narrativa interactiva | Mundo átono

Bandersnatch se ubica en 1984 (¿guiño orwelliano?) y trata sobre un joven programador, Stefan, que busca adaptar una ficción literaria interactiva a un videojuego. El largometraje mismo es también interactivo, así que, mientras avanza la historia, tú como espectador vas tomando por Stefan algunas de sus decisiones, tanto triviales como cruciales: ¿Sugar Puffs o Frosties? ¿Aceptar o rechazar la oferta de trabajo? ¿Gritarle a papá o tirarle té a la computadora? Un hipertexto como otros antes. Sin embargo, ¿cómo podemos interpretar el modo en que esta interactividad se significa en Bandersnatch específicamente? 


En su libro Lógicas de los mundos (2006), el filósofo Alain Badiou llama "puntos" a aquellas decisiones cruciales que ponen a prueba un procedimiento para cambiar al mundo: ¿A favor o en contra? ¿Continuar o renunciar? ¿Sí o no? Son momentos críticos donde la complejidad de la situación se reduce a dos opciones y la elección es ineludible. Sin embargo, Badiou advierte que también hay mundos que él llama "átonos", es decir, sin "puntos" que aparezcan como encrucijadas subjetivas de transformación completa de las coordenadas. Mundos en los que —explica— "todo está organizado, todo está asegurado".

Las elecciones interactivas en Bandersnatch no tienen el mismo compromiso subjetivo de los "puntos", por supuesto, pues son decisiones preestablecidas por el mismo mundo narrativo para su funcionamiento. Pero no se trata de juzgar al largometraje con ese estándar ético, sino de interpretar el sentido de esta interactividad en la situación en la que Bandersnatch se inscribe. Esa situación es precisamente la de internet como mundo átono, donde "todo está organizado, todo está asegurado".

Por su formato de interacción, momento de realización y plataforma de lanzamiento, Bandersnatch se vuelve una experiencia que encapsula la situación de internet en la actualidad: una saturación de "elecciones" aparentemente cruciales en un mundo que imposibilita cada vez más las opciones fuera de repertorios corporativos. Todo el big data está organizado, todo algoritmo está asegurado. You just choose your own (internet) adventure. Entonces, ¿qué eliges? ¿Sugar Puffs o Frosties? ¿Roma o Black Mirror? ¿Quieres seguir viendo esta serie? Pseudopuntos en el átono mundo del internet monopolizado. Bandersnatch es un pasado imaginario donde se proyecta nuestro presente netflixeado.


Tú eres Netflix | Tú eres Stefan

Nunca he tenido Netflix, ni propio ni "prestado". Tercamente me le resisto. Si está en Netflix, está en torrent. Y no viceversa, que es lo más importante. Así que bajé Bandersnatch como video convencional en The Pirate Bay con cierta curiosidad: ¿Cómo se experimenta un largometraje interactivo reproduciéndolo de corrido, sin tomar las elecciones? Bandersnatch supone que tomarás el rol interactivo para plantear desde ahí sus reflexiones sobre la libertad o el tiempo. Pero bajarla pirata implica ver un camino hipertextual que alguien más decidió por mí. Y eso cambia completamente el sentido de la experiencia.


Un momento clave para entender el contraste es cuando Stefan comienza a sospechar que alguien lo controla: "¿Quién me está haciendo esto?", grita. "¡Mándame una señal!" Entonces, si el espectador decide revelarse a Stefan, la computadora le escribe: "Te estoy viendo por Netflix. Hago las decisiones por ti". Siendo 1984, Stefan (por supuesto) pregunta: "¿Qué carajos es Netflix?" "Es una plataforma de entretenimiento en streaming de inicios del siglo 21", le responde la computadora. "Es como la TV, pero en línea. Yo la controlo". 


Por supuesto, este "control" del espectador es cuestionable. La misma historia sugiere una lectura determinista de la libertad en varios momentos. Y las decisiones del espectador se muestran no como señales de estar tomando las riendas de la historia (a la manera de un videojuego, digamos) sino como pretexto para desencadenar una serie de sucesos imprevistos, exagerando las consecuencias de decisiones nimias, más en línea con cierto "efecto mariposa" que con el control de la situación a partir de un compromiso subjetivo. Varios memes que circularon sobre la serie giran en torno a este sentido inesperado de perder el control y "defraudar" a Stefan. 


Sin embargo, verla pirata con las elecciones decididas de antemano subraya la falsedad de este "control". Tu identificación como espectador no está del lado de Netflix sino de Stefan, en tanto que alguien más decidió por ti. Bandersnatch pirata nos hace ver a Netflix como la entidad en control y nos permite entender a la interactividad misma como mera pantalla de la pasividad radical del usuario web actual.

Así, más allá de su calidad estética, Bandersnatch sirve como síntoma de un momento específico del internet y de la narración audiovisual en la era del streaming, y su forma interactiva no se agota en sí misma sino que tiene resonancias con lógicas mediáticas y económicas que la rodean.