Night train (Les Bernstien): Proyección y análisis

 
Rumbo a Facine:
Night train, de Les Bernstien
Proyección y análisis
 
Próxima proyección: Miércoles, 17 de octubre, 7 p.m., @ El Grafógrafo (Pasaje Rodríguez)

Mesa de análisis: Jueves 18 de octubre, 6 p.m., @ Sala Horst Matthai (UABC)
  • A cargo de: Víctor Soto Ferrel, Juan Alberto Apodaca y Alfredo González Reynoso
  • Con la presencia de: Les Bernstien (director) y Omar Veytia (productor)

Zócalo / Tijuana


El Zócalo es uno de los ejemplos más claros de la función ideológica del espacio urbano. Fue a través de esta plaza pública que la Nueva España articuló la vinculación política entre Estado e Iglesia como “sintaxis” urbana, construyendo a su alrededor la Catedral y el Palacio del Virrey (después Palacio Nacional). Así pues, el Virreinato dejó ver, a través de esta estructura urbana, la nueva condición política hegemónica.

Para imponer en el centro urbano los intereses colonialistas, los españoles, como es bien sabido, reemplazaron las edificaciones autóctonas por las virreinales. El mundo material de la antigua Tenochtitlán se ocultó bajo las nuevas construcciones durante siglos, como es el caso del Templo Mayor, como forma de dominación urbano-ideológica del mundo colonial. Por eso actualmente es inevitable percibir en el Zócalo lo que Milton Santos llama “rugosidades” espaciales, es decir, las impresiones o huellas de épocas pasadas en el espacio. Aunque aquí dichas rugosidades tengan la forma de una cicatriz histórica, la costra de una herida profunda.


En este sentido, parece interesante el intento de cierto sector político-empresarial de instaurar un “Zócalo” en la ciudad de Tijuana, con la misma estructura sintáctica Iglesia-Estado (uniendo al Palacio Municipal con una Catedral en construcción). La lógica de este proyecto es, por supuesto, ideológica. El gobierno reafirma en lo urbano su legitimidad política, la Iglesia católica gana poder espacial en una ciudad con cada vez más desertores del catolicismo (principalmente para unirse a congregaciones evangélicas) y el sector empresarial gestiona espacios de poder capital.

El árbol del diablo

Cursaba la primaria, quizá el segundo o tercer grado apenas, cuando fui a recorrer con un amigo la escuela. La preparatoria de la misma institución estaba pegada a un lado de la primaria. La secundaria, atrás del patio, subiendo las escaleras que estaban a un lado de la tiendita. Fue justo ahí donde decidimos ir a caminar.

Apenas subíamos las escaleras —el lugar estaba solo, las clases ya habían terminado hace tiempo— cuando mi amigo me advirtió: “Ese árbol que está ahí es el árbol del diablo”. Estaba justo al terminar las escaleras, no muy grande, a mano derecha, en la entrada de la secundaria.

Nos acercamos con algo de cuidado para comprobar que ese árbol se hubiera parecido a cualquier otro árbol si no fuera por una cosa: su tronco estaba saturado de mensajes tallados por los alumnos de secundaria. Buscando explicarme por qué ese árbol era especial, por qué debíamos tenerle cuidado como algo demoniaco —cabe agregar un dato: la escuela era católica—, leímos los mensajes. ¿Qué decían? Básicamente dos cosas: declaraciones amorosas y groserías de todo tipo; poco o nada más allá de eso. Un rato después nos fuimos, pero desde ese momento aquel lugar y su árbol tenían cierta aura especial, sin saber exactamente por qué.

Años más tarde entré a estudiar a esa secundaria. El sentido, podríamos decir “sagrado”, que le atribuía de pequeño a ese espacio ya se había difuminado. Ahora entendía que ese lugar no era más que un espacio de reunión con los amigos (y amigas) en los recesos.

Ahora, en retrospectiva, puedo comprender cómo ese carácter sagrado fue construido a partir de un entendimiento social. Me explico: El sentido social-simbólico del árbol estaba asociado con la entrada (en un sentido a la vez literal y metafórico) a la vida escolar en secundaria y lo que implica en términos biológicos y culturales pasar a la pubertad. A mis apenas 7 u 8 años, este sentido me era desconocido, al menos como experiencia.

Entrar a la secundaria, se podría decir, es ya en sí mismo un rito de pasaje, sobre todo si tenemos en cuenta que la primaria donde estudiaba era solamente para hombres y la secundaria, mixta. Así pues, el árbol y sus mensajes amorosos/agresivos representaban para mí —niño aún-no-iniciado— dos fronteras: la sexualidad y el lenguaje prohibido. Los tabús alrededor de estos temas llevaron a mi amigo (o a quien se le haya ocurrido el nombre) a catalogar a aquel árbol como propiedad demoniaca. Y fue, entonces, la distancia en relación a esta dimensión generacional ajena la que sacralizó de alguna manera ese lugar: El árbol endemoniado por simbolizar un pasaje social velado, aún por descubrir.