Obra Negra o cómo legitimarse con nombres ajenos

Cuando busca legitimarse ante la crítica, la política suele tener una versión chafa de aquel pensamiento arcaico: nombrar es poseer. Es decir, construye discursos donde la oposición, nombrada en un contexto premeditado, se disuelva. La política nombra para poseer al otro en un discurso que aparente unidad y cohesión donde ocurrió la ruptura.

Si han seguido mi actual blog o el anterior seguramente saben ya de la crisis en la que se hundió el Centro Cultural Tijuana tras la llegada a la dirección de Virgilio Muñoz, político que fue encarcelado después de que Derechos Humanos ofreciera pruebas contundentes de haber recibido dinero por tráfico de migrantes cuando era delegado del Instituto Nacional de Migración. Ante el fuerte cuestionamiento por parte de cientos de artistas por esta designación, el Cecut quedó necesitado de una legitimación como institución pública.

Es precisamente aquí donde debe entenderse el rol primordial de Obra negra: Una aproximación a la construcción de la cultura visual de Tijuana, la más reciente exposición artística del Cecut. Podrá justificarse a posteriori como sea, pero Obra negra nació como idea/proyecto justo cuando el Cecut estaba siendo más cuestionado: hace dos años. Surge, pues, como estrategia de sanación aparente frente a la crítica, bajo un discurso que muestre "un sentido inclusivo".

En el statement curatorial, Carlos Ashida y Olga Margarita Dávila (curadores contratados para organizar la exposición) declaran que:

Obra negra se propone el ambicioso reto de presentar una crónica que esboce la historia de la construcción de la cultura visual de Tijuana. Para lograrlo, esta exposición se configura en torno a dos estructuras, una de visión histórica amplia e incluyente, que da cuenta de los hechos, instituciones, grupos artísticos protagonistas de este proceso y la otra de visión artística en la que a través de nodos congrega la presencia de creadores de diferentes generaciones que, más allá de sus diferencias e incluso sus discrepancias, convivan codo a codo en el recuento del esfuerzo por imprimirle un perfil propio al lugar donde han elegido vivir, esto con el interés de perfilar algunos asuntos, casi temáticos, que se pueden observar a lo largo y ancho de 60 años de presencia artística formal.

En el flyer del evento, los conceptos se repiten: el "fortalecimiento" de una "identidad comunitaria"; la "generosa aportación" de un "repertorio simbólico" que funciona como "cemento aglutinante"; el "ambicioso reto" de esbozar una historia "incluyente"; etcétera. Se insiste, pues, en imágenes que sugieran unidad (las "discrepancias" aparecen solamente en la elaboración particular de "asuntos, casi temáticos").

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Días antes de la inauguración de la exposición, se dio a conocer en el sitio de la UCSD una primera lista de 282 artistas participantes. (El número variará según el contexto: en el flyer hablarán de "más de 300 artistas reunidos por primera vez" —en resonancia, por supuesto, con los más de 300 artistas que se opusieron a la designación del actual director— y en la inauguración se mencionarán sólo a 137).

Pero había un problema: La lista incluía nombres de artistas que rechazaron la invitación a participar, entre ellos: Marcos Ramírez ERRE, Roberto Romero-Molina "Bosho", Mónica Arreola, Melisa Arreola y Abraham Ávila (después incluso se supo que, a pesar de su presencia en la lista, ninguno de ellos exponía pieza alguna realmente, lo cual volvía aun más dudoso el uso de sus nombres). Por supuesto, el motivo del rechazo a participar es el mismo en todos ellos: su desacuerdo ante la actual administración.

El afán de nombrar por el mero hecho de sumar gratuitamente llegó a tal punto que entre los "artistas" se menciona a Yajaira Soriano, una contadora que laboró para Yonkeart (!).

Con esa misma lógica se incluyeron también como "artistas" a los curadores Felipe Zúñiga, Lucia Sanroman y Bill Kelley sin ninguna invitación o aviso previo y cuya presencia sólo se justifica por tener en la exposición un catálogo donde vienen sus nombres.

Pero hay un grupo más: los artistas que no fueron invitados y, sin embargo, fueron incluidos (Sandra Bello, Brenda Jiménez, etcétera). Aunque no me consta, sospecho que en este rubro entran muchos nombres más. Éste también fue el caso de Sergio Brown, videoasta que se ha opuesto con énfasis al nombramiento de Virgilio. (Su nombre no aparece en la lista de UCSD pero sí en la que dieron al semanario Zeta.) De hecho, Sergio ya ha hecho pública su postura a través de una carta abierta que fue difundida en su blog y en redes sociales.

Por supuesto, la lista de casos puede ser mucho mayor que la que aquí pongo, pero lo verdaderamente importante es ver el motivo implícito en este manejo irresponsable y a la ligera de nombres. Para un proyecto como éste, enlistar es una estrategia más en servicio del discurso pseudo-unificador que mencionábamos arriba. Nombrar es poseer; poseer es legitimarse.

Vino, entonces, la inauguración. Y si las listas de participantes eran un desastre, la organización de la exposición misma no se quedó atrás: Obras sin fichas (casi una de cada 5), fichas sin obras, títulos errados ("Las novias más bonitas de tijuana" en la serie de Yvonne Venegas cuyo título original es "Las novias más hermosas de Baja California"). Aún ahora la exposición sigue con huecos informativos, principalmente en los recuentos históricos (donde se muestran varios espacios en blanco).

Después, ante las quejas de varias de las personas que se mencionan arriba, fueron borrados de la pared de participantes en la galería El Cubo (al menos desde el sábado pasado) los nombres de Marcos Ramírez ERRE, Mónica Arreola, Felipe Zúñiga, Abraham Ávila y Micha Cárdenas.

Además, el Cecut dejó de repartir los flyers de la exposición desde el jueves pasado o antes. Incluso llegué a pedirle uno a la recepcionista de El Cubo y me dijo que no había; después vi uno en su escritorio y le dije que si no era ése y me dijo que no (?). Supongo que los retiraron para reimprimirlos sin los nombres de quienes han protestado por su inclusión, pero no me consta.

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Sobra decir que en esos espacios en blanco en la pared (arriba del logo del Cecut en la foto), en esos nombres que no pudieron nombrarse/poseerse, se cuenta la ruptura, esa historia incómoda que quiso difuminarse. La ausencia presente; que incide e insiste en contar su propia historia. Sin embargo, aún ahora se mantienen nombres de algunos artistas (o curadores clasificados como artistas) que rechazaron su participación o ni siquiera fueron invitados con la mera intención de inflar la lista, pues, como hemos dicho, hay quienes ni piezas en exhibición tienen.

Por supuesto, lo importante en todo esto no son las listas mismas sino lo que ellas implican en el aquí-ahora tijuanense (legitimación, pseudo "diálogo" o "inclusión", etcétera).

El arte es inevitablemente un hecho político. Esta sentencia es el centro de todo este conflicto que lleva ya dos años. El fotógrafo Javier Ramírez Limón lo dijo mejor que yo en un comentario que rescato de la fugacidad de Facebook: "Uno puede estar muy contento con exponer (aquí o allá), pero no se puede ser inocente frente a la dimensión política que esto acarrea. En Tijuana, nos guste o no, lo queramos o no, 'exponer' en el Cecut tiene una connotación política, independientemente de la obra misma (que por cierto, como tal, no creo que exista)" [el énfasis es mío].

De verdad creo que si estos dos años de debate, de polémica, de argumentaciones, de controversias y hasta de dimes y diretes sirvieron para que se comprenda esta dimensión política del arte (de la obra, del artista, de la institución, de la exposición, de la curaduría, del público...), sea cual sea la postura que se tome frente a ella, el obetivo de todo esto ya ha quedado cumplido.