¿Anexionistas o anarquistas?


Tijuana es caótica. Su historia despierta sospechas, oculta finales alternativos, se hace boicot a sí misma. Es una ciudad con tantas máscaras y fábulas que pone en jaque cualquier intento de uniformidad, de identidad mínimamente homogénea.

Una de sus paradojas fundacionales ocurrió hace 100 años. La Revolución, apenas en su alba, comenzaba a mostrarse como lo que fue: una suma de corrientes insurrectas dispersas, incluso contradictorias. En ese mismo tenor, Tijuana fue tomada por un contingente armado el 8 de mayo de 1911. ¿Cuál era el móvil de este contingente? Aquí, Tijuana enmaraña su pasado y polariza historiadores.

En general, se dice que fue el Partido Liberal Mexicano, de ideología anarcosocialista, encabezado por los hermanos Flores Magón para derrocar a Porfirio Díaz. Pero lo cierto es que el grupo era heterodoxo y sus intereses eran a veces incompatibles.

Muchos, por ejemplo, fueron seguidores de Francisco I. Madero, quien proponía reformas más conservadoras que los magonistas. Después, la presencia de anglosajones en el grupo armado, las declaraciones falseadas en prensa californiana y mexicana y el poco interés de la Junta Organizadora del PLM por aclarar malentendidos terminaron creando la percepción (generalizada hasta nuestros días) de que la estrategia era hacer de Baja California un Estado independiente de México que más tarde se anexaría a los Estados Unidos.

Así pues, el contingente armado fue calificado de filibustero y terminó siendo derrotado el 22 de junio por habitantes locales que, a la fecha, se les conmemora como héroes.

¿Quiénes fueron los “buenos” y “malos” de la película? La trama es demasiado confusa para poder definirlos con claridad. El grupo insurgente no era ni magonista ni maderista enteramente, y más de uno no distinguía entre ambas ideologías. Además, por supuesto, hubo intereses anglosajones inmiscuidos, pero llamar anexionista o filibustero a todo el contingente queda lejos de ser exacto.

Lo que queda claro es que a Tijuana sólo se levantó contra el grupo armado cuando lo consideró invasor norteamericano. Es decir: Tijuana no quiso ser norteamericana. Pero una década después, tras la “ley seca”, recibía hordas de gringos con los brazos abiertos. Esta ambigua relación, entre cercana y lejana, entre amable y desconfiada, con los Estados Unidos aún sigue definiendo las dinámicas de la ciudad. 100 años después de este episodio fronterizo de la Revolución es lo que podemos aprender.

[Este texto surge tras la lectura de Nacionalismo y revolución: Los acontecimientos de 1911 en Baja California (CECUT/UABC, 2008), de Marco Antonio Samaniego]