La política y la sexualidad son ámbitos inquietos por definición. Parten del conflicto, sea lucha de clases, pulsión de muerte o [inserte el conflicto que habita, que le veo ahí muy quieto leyendo]. No hay estructura totalizadora o relación armónica que los aquiete. Por eso mismo, sus lugares son inestables y muchas veces ambiguos.
Pero esta inestabilidad o ambigüedad no desemboca necesariamente en un relativismo valetodo, sino que pone las condiciones de una ética (de lo) inquietante, cuyo programa definitivo es imposible y, sin embargo, movido por una pregunta impostergable: ¿qué hacer para inventar un real que sea vivible? Lo quieto estructurado ya no se sostiene. Se ha vuelto insoportable.
Ayer y ahora las mujeres nos sugieren una vía: enrarecer el semblante, alterar los regímenes sensibles. Antes ha habido manifestaciones y antes ha habido paros (con distintas causas y consecuencias), pero el contraste de la manifestación de ayer con el paro de hoy –que además interviene la frontera entre el domingo de descanso y el lunes de trabajo– destila a su mínimo el código binario que se filtra por el género y otras categorías para organizar la re/partición entre lo público y lo privado, lo laboral y lo doméstico, lo político y lo personal, el día y la noche. Así, el #8M y el #9M hackean con los cuerpos sexuados el lenguaje más elemental de la codificación social: 1 y 0, presencia y ausencia.
Entonces, mientras el orden establecido administra los feminicidios como business as usual o como excepciones morales de gente mala, y no como problema sistémico a arrancar de raíz, la reconfiguración sensible que ayer y hoy opera en las relaciones habituales abre un espacio de pensamiento e invención que reta los límites de cualquier programa(ción). Tomémonos el tiempo y la escucha necesarios para pensar-inventar un real que no solo inquiete el orden dado sino que también abra una posibilidad más allá de él.