Hay un recurso visual en Roma que no se ha abordado lo suficiente pero que es clave para entender la pelĂcula: el paneo. En casi todas sus escenas la cámara se queda fija en su eje y gira con calma para mostrarnos el espacio o seguir a algĂşn personaje. Puede parecer un mero detalle estilĂstico, pero el asunto es más complejo.
Lo primero que hay que notar es que los reiterados paneos en Roma generan un punto de vista paradĂłjico: no es un paneo que corresponda a la mirada de algĂşn personaje y, sin embargo, nos coloca en medio de la escena como testigos invisibles. Nos pone ante una perspectiva al mismo tiempo impersonal y curiosa, distante e involucrada. Este testigo fantasmagĂłrico es el sujeto de la memoria (y el blanco y negro lo enfatiza con pleonasmo).
En su breve ensayo "Sobre los recuerdos encubridores" (1899), Freud observaba que en la mayorĂa de nuestras memorias infantiles "uno ve en el recuerdo a la persona propia como un niño, y sabe que uno mismo es ese niño; pero ve a ese niño como lo verĂa un observador situado fuera de la escena". Recordar es traer a la mente ciertas impresiones de nuestra vivencia y re-vivirlas como espectador de una puesta en escena psĂquica. Mucho se ha dicho sobre la inspiraciĂłn autobiográfica de Roma, pero no me interesa psicoanalizar a CuarĂłn. Más bien, me interesa entender a la formaciĂłn del recuerdo como una escenificaciĂłn retroactiva y al paneo como un recurso paralelo al del espectador de la memoria.
Pero ¿quiĂ©n es el sujeto que recuerda en Roma? AquĂ vuelve la tentaciĂłn de pensar en CuarĂłn, pero lo cierto es que no queda claro que las escenas se presenten como memorias legĂtimas de ninguno de los niños (entre quienes se encontrarĂa el alter ego del autor). El montaje no los privilegia particularmente y el reiterado paneo en Roma se presenta como una mirada que podrĂamos llamar "subjetivamente objetiva", de un testigo vacĂo o un observador abstracto.
Si acaso habrĂa algĂşn personaje central es, por supuesto, Cleo, la empleada domĂ©stica de la familia. Pero llama la atenciĂłn que la cámara no suele posicionarnos desde su punto de vista. Tal vez la excepciĂłn más significativa se da en la noche de Año Nuevo en una hacienda familiar, a la mitad de la pelĂcula, donde la puesta en escena cambia sus paneos caracterĂsticos por tres momentos consecutivos en los que la cámara nos coloca desde la perspectiva subjetiva de Cleo.
El primer momento lo encontramos cuando, a punto de brindar con una amiga por el prĂłximo año, le tiran la taza y la cámara (en plano subjetivo) nos la muestra rota desde donde ella la observa. El segundo momento es cuando, en su regreso a la sala principal, se frena en la puerta y la cámara (en plano-contraplano) nos muestra que se detuvo al ver un intento fallido de seducciĂłn a su patrona SofĂa por parte de su compadre. El tercer momento se da cuando, luego de avanzar sola por el pasillo, decide contemplar el paisaje desde el pasamanos e inesperadamente observa el inicio del incendio del bosque y la alarma de todos (tambiĂ©n en plano-contraplano).
A partir de estos tres momentos consecutivos, la pelĂcula ya no será la misma: La taza rota anuncia un año fatal para Cleo, la seducciĂłn fallida apuntala la posterior crisis de SofĂa y el incendio del bosque anticipa las amenazas externas que vienen. La perspectiva subjetiva de estos tres momentos nos recuerdan la centralidad de Cleo como personaje atravesado por los diferentes conflictos, a la manera de un complejo haz de relaciones en la pelĂcula. Sin embargo, la cámara vuelve a sus paneos impersonales, con algunas tomas fijas y planos secuencias, que nos vuelven a insertar en la misma perspectiva, entre lejana e inmersiva.
Pero retornemos a Freud para evaluar el giro de la segunda mitad de la pelĂcula. En el ensayo ya citado, Freud propone llamar "recuerdos encubridores" a aquellos recuerdos aparentemente menores que, sin embargo, poseen por desplazamiento las afecciones de otra escena reprimida, razĂłn por la cual resultan significativos y son revestidos con detalles e intensidades. Sin embargo, al final sugiere que este falseo del recuerdo encubridor no debe tomarse como mera invenciĂłn, sino como señal de que ahĂ la fantasĂa bordea un conflicto real.
Ese borde con lo real es el que Roma recorre en la recta final. Desde el encuentro con el papá ausente saliendo del cine con su amante, pero sobre todo durante el halconazo y el parto, hasta el viaje a Veracruz, la pelĂcula va encadenando desplazamientos afectivos en un intenso tour de force. Una escena resulta abrumadora y antes de procesarla ya estás ante otra más emotiva.
AsĂ, las secuencias finales de Roma funcionan a la manera de recuerdos encubridores; sin embargo, a diferencia de Freud, su modo de encubrir el conflicto es desplazándose de una escena hiperbĂłlica a otra. Algunos le recriminaron a la pelĂcula ser muy lenta, pero el cierre parece más una montaña rusa de afecciones, sin tiempo ni condiciones para lidiar con ellas. Son recuerdos que ofuscan sus conflictos saturándolos y mezclándolos, pasando de lo Ăntimo a lo pĂşblico, de lo histĂłrico a lo personal, ida y vuelta, y de regreso.
El icĂłnico abrazo en la playa cerca del final de la pelĂcula sirve como sĂmbolo de su pseudo-resoluciĂłn. Luego de la marea de sucesos desafortunados, todos se unen. Pero lo real vuelve siempre al mismo lugar, dirĂa Lacan, y luego del viaje los conflictos que bordearon siguen ahĂ: la represiĂłn estatal, el doble abandono, la explotaciĂłn-buena-onda… La actitud general es otra, pero no sabemos muy bien por quĂ©, ni cĂłmo se traducirá eso en el dĂa a dĂa que viene. Todos anduvieron muy callados en el viaje de regreso. Y al llegar Cleo le cuenta a su amiga Adela, su colega en la labor domĂ©stica, que le fue maravilloso en el viaje, pero Adela tiene que ir por el jamĂłn: "Quiero que me lo cuentes todo. No tardo". El mundo, al parecer, sigue su curso.