La vida desmotherna de Tj


La obra del maestro Humberto Félix Berumen lleva décadas haciéndonos pensar teórica, estética e históricamente a la región bajacaliforniana y a su predilecta Tijuana: la horrible por su leyenda negra; la que está entre la historia y el mito; a la vez fronteriza y en el centro; la real, imaginada y escrita; de papel y texturas, de señas y contraseñas; la del pasado y la contemporánea; la heterotópica a la medida de Hollywood, pero también la suya y, por supuesto, la nuestra.

Ahora nos presenta una nueva investigación impulsada por una intuición teórica. Tijuana: Vivir (en) la desmothernidad (2021) nos sugiere que esta ciudad fronteriza guarda su secreto en la compleja relación que tiene con la modernidad. O, mejor aún, con lo que el antropólogo mexicano Roger Bartra llama la “desmothernidad” –el desmadre de la modernidad, podría decirse– y que Félix Berumen entiende (más allá de Bartra) como la coexistencia relativamente caótica de elementos premodernos, modernos, posmodernos, desmodernos y contramodernos. A modo de presentación de este libro, he decidido comenzar con un recorrido cronológico que nos permita ubicar las reflexiones del libro en un paisaje histórico más amplio, para finalmente evaluar algunas de sus propuestas teóricas y estilísticas.

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1. Modernidad y desmothernidad

La modernidad se define, a mi parecer, por haber introducido cierto tipo de antagonismo singular: el antagonismo que habita en toda sociedad capitalista. Por un lado, la productividad incesante, el impresionante desarrollo tecnocientífico, las recurrentes revoluciones políticas y las constantes innovaciones estéticas. Una intensa vida social de transformaciones determinadas por el crecimiento de las fuerzas productivas. Por otro lado, esta vida social se fundamenta en la explotación y dominación, el extractivismo y saqueo, el ecocidio y etnocidio, cuando no abiertamente genocidio.

La modernidad, como nombre amable del capitalismo, incita por lo tanto mutaciones constantes capaces de hacer –como advertía el Manifiesto– que todo lo sólido se desvanezca en el aire y todo lo sagrado sea profanado. En otras palabras, un desmadre combinado y desigual que, con enorme flexibilidad, es capaz de ensamblar las formas económicas e ideológicas más heterogéneas en un mismo sistema-mundo asimétrico. En este sentido es que podemos pensar que la modernidad es ya de origen desmothernidad, pues no sigue necesariamente un solo proceso homogéneo ni homogeneizante, sino que es capaz de articular espacialmente distintos ritmos sociales y temporalidades culturales.

Así pues, la colonización europea de América fue el primer proceso desmotherno de la naciente modernidad. El saqueo colonial inauguró la acumulación primitiva que puso las condiciones para el desmadre capitalista. El filósofo Bolívar Echeverría considera que, como resultado de estos procesos de rápido enriquecimiento y transformaciones en Europa, nace en el clímax de la modernidad una nueva actitud crítica que identifica como un ethos barroco. Félix Berumen argumenta que este ethos barroco descrito por Echeverría puede pensarse como una posición subjetiva propiamente desmotherna. Además, como el escritor José Lezama Lima sugeriría, el barroco llegó al continente americano como un modo de vivir (en) la desmothernidad colonial.

Con la consolidación de la sociedad industrial, la desmothernidad capitalista introdujo nuevos antagonismos entre las formas conservadoras de la tradición y las innovaciones tecnológicas, filosóficas, estéticas y políticas. Varios procesos de independencia en América, incluyendo el de México, nacen en esa crisis de las instituciones tradicionales, que en el caso mexicano desembocará en la Guerra de Reforma y la consolidación del modelo clásico del capitalismo liberal.

 

2. Utopía y distopía

Tijuana nace a finales del siglo XIX en pleno auge de esta modernidad liberal en México y los sueños utópicos de la ideología positivista dominante. Humberto Félix Berumen comienza precisamente diseccionando un caso paradigmático de esta utopía liberal: el primer mapa de la ciudad de Tijuana. El 11 de julio de 1889, el ingeniero Ricardo Orozco presentó una propuesta de trazado urbano a los herederos en disputa de la familia Argüello para acordar un reparto de tierras. El mapa evidencia los conflictos inherentes a la puesta en práctica de la idealidad racionalista en papel, pues las complicaciones topológicas y las reformulaciones históricas del espacio frustran este intento inaugural de modernización. Tijuana nace como aguafiestas desmotherno de las utopías liberales.

Con el paso de los años, el régimen porfirista en México revelará las contradicciones de su dictadura liberal, primero con huelgas y luego con una revolución. En Tijuana, estas tensiones sociales de la época desencadenarán un conflicto desmotherno como pocos en su historia fronteriza: la rebelión magonista de 1911. La Revolución Mexicana puso en jaque a las utopías liberales, pero en la frontera las utopías anarcosocialistas de la lucha magonista despertaban ambivalencias políticas, mezcla heteróclita de intereses y enredos mediáticos.

Luego de este episodio y en respuesta a los tiempos del Prohibicionismo norteamericano, Tijuana tuvo su utopía liberal 2.0: el Casino Aguacaliente, quizá el proyecto más moderno y desmotherno a la vez. El boom económico del casino es –parafraseando al poeta Rubén Vizcaíno– “la madre de todos los vicios” y el desmadre que inició con la leyenda negra, que Félix Berumen analiza tan puntualmente en su Tijuana la horrible (2003).

Esta intensa relación de Tijuana con Estados Unidos ha despertado con el tiempo otras imaginaciones utópicas y distópicas en la frontera, que se han reflejado en algunas publicaciones y productos culturales. Pienso, por ejemplo, en el informe urbanístico que Donald Appleyard y Kevin Lynch hicieron de San Diego en 1974 (reeditado en 2017), cuyo título –¿Un paraíso temporal? Un vistazo al paisaje espacial de la región de San Diego– se preguntaba por las posibilidades utópicas que ofrecían las condiciones naturales y sociales de esta región fronteriza. Y pienso en otros títulos de las siguientes décadas, como el reporte antropológico Tijuana: La casa de toda la gente (1989), sobre el trabajo de campo en torno a la vida fronteriza, realizado por Néstor García Canclini y Patricia Safa, con fotografías de Lourdes Grobet (y que luego inspiraría un famoso capítulo en Culturas híbridas). O también en la película El jardín del Edén (1994), de María Novaro, sobre las vidas migrantes e interculturales en Tijuana.

Así pues, si bien siglo XX ideó a esta región fronteriza como paraíso metropolitano, casa de todos y jardín edénico, esto no significa que esté exenta de una vida desmotherna. Félix Berumen subraya sobre todo lo que llama el aluvión migratorio como elemento determinante para la desmothernidad fronteriza. Tijuana ha recibido distintas corrientes migratorias como respuesta a las transformaciones de la modernidad capitalista, que modula los flujos poblacionales según sus intereses, flexibilizando el cruce cuando conviene y precarizándolo cuando no. Entonces, estos aluviones generan intensidades culturales, pero también pueden arrojar a los migrantes en escenarios apocalípticos (como el reciente campo de concentración en El Chaparral), producto de políticas públicas desastrosas. La utopía y la distopía se empujan codo a codo entre la desmothernidad tijuanense.

 

3. Neoliberalismo y posmodernismo

Y, en el contexto de esta reflexión, ¿qué se puede decir en torno a la llamada posmodernidad, tan asociada a la discusión sobre Tijuana? Proponemos pensarla como correlato cultural del neoliberalismo. Es decir, la posmodernidad es un nuevo rostro de la desmothernidad capitalista.

Desde la publicación de Culturas híbridas (1989), Néstor García Canclini popularizó la metáfora de Tijuana como “uno de los mayores laboratorios de la posmodernidad”. Para entender el sentido que le da a esta metáfora, hay que recordar que en su libro García Canclini cree que el proceso de modernización de los países latinoamericanos se dio por medio de la construcción de una identidad nacional tras sus respectivas independencias de los poderes coloniales. Por lo tanto, con sus hibridaciones transfronterizas, Tijuana era pensada en los años ochenta como un interesante experimento cultural, donde la modernidad nacionalista parecía suspenderse en favor de una posmodernidad transnacional. Así pues, si entonces Culturas híbridas busca analizar –como nos indica su subtítulo– “estrategias para entrar y salir de la modernidad”, Tijuana es un “laboratorio posmoderno” que nos podría dar pistas para salir del atolladero de los nacionalismos modernistas en Latinoamérica.

Sin embargo, con el tiempo, este experimento fronterizo pareció más propio de un laboratorio neoliberal que “posmoderno”. Como le reprocha Heriberto Yépez en Made in Tijuana (2005), la frontera posmo-híbrida –idealizada en plena era neoliberal– fue más un exotismo imaginario que una realidad social. Y, como Humberto Félix Berumen recuerda en su libro (incluso dos veces), el propio García Canclini se retractaría años después de su diagnóstico y cambiaría la metáfora por la del “laboratorio de la desintegración social y política de México” (pp. 83 y 142).

Ante esta desintegración neoliberal, la actitud fronteriza ha sido la experimentación neobarroca, que Félix Berumen analiza junto a otras figuras asociadas, como el kitsch, el pastiche, el bricolaje, la yuxtaposición, el eclecticismo o el rascuachismo. “Para decirlo en breve: la poética del feísmo”, sentencia. Así, la Tijuana neobarroca es de nuevo la horrible, pero en el sentido etimológico:

En otras palabras, la saturación, el exceso, lo irregular, lo deforme, lo monstruoso. Todo lo que, en resumidas cuentas, ‘perla imperfecta’ (pues tal cosa significa el término barroco), podríamos reconocer en el estilo que dio en llamarse neobarroco. (p. 39)

La frontera neobarroca vive (en) el caos de un experimento neoliberal gone wrong, pero en medio del aluvión resguarda su esplendor imperfecto. Como afirma la antropóloga y artista Fiamma Montezemolo: “Tijuana es el atractivo por lo impuro” (p. 63). Y lo que salvaría al neobarroco del paradigma meramente posmoderno sería, en todo caso, la manera en que enfatiza las impurezas y antagonismos de la modernidad. Como advierte Félix Berumen, “la desmothernidad no sería la total ausencia de la modernidad sino la exacerbación de las contradicciones de una modernidad desigual y combinada” (p. 75). Esa modernidad tan desproporcionada como espinosa, al modo de la perla irregular del barroco, es la imagen que Félix Berumen sugiere de la vida desmotherna de Tj.

 

4. ¿Tiempos desmothernos?

Si hay un tema recurrente para pensar la desmothernidad en este libro, este es en definitiva el de la arquitectura y el urbanismo. El espacio urbano, pasado y presente, parece ofrecerse al autor como un conjunto privilegiado de pistas de lectura que hay que aprender a leer. Pero además la ciudad es conjunto de lugares impregnados de tiempos. Esta pluricronía es la figura principal de la desmothernidad para Félix Berumen. Tijuana es una ciudad habitada por una diversidad de cronotopos bajtinianos. Es desde esta pluralidad cronotópica –“un delirante aleph urbano” (p. 164)– que el autor problematiza temas recurrentes en la discusión, como la identidad o la pertenencia, el arte y la literatura, la migración y el reciclaje cultural, el idioma y los estereotipos, entre otros. 

Sin embargo, nos quedamos con la inquietud de que esta desmothernidad en la ciudad comienza a mutar. Quizá como opinó Santiago Vaquera-Vázquez (parafraseando a Walter Benjamin) Tijuana fue “the capital of the twentieth century” (p. 84), pero algunos de los aluviones del siglo se aplacan. Incluso el libro identifica en parte estas transformaciones, sobre todo en el capítulo “Estación Tijuana”. La ciudad, ya no tan joven como antes, comienza a mostrar una estratificación progresivamente rígida, una homogeneización decididamente corporativa y hasta una identidad agresivamente reaccionaria. La movilidad social se estanca; los emporios locales ahora palidecen ante monstruos nacionales o globales; y la supuesta ciudad migrante se permite protestas antiinmigrantes (como la infame manifestación contra la Caravana Migrante de 2018).

Por su puesto, sigue el “desmadre” en la ciudad, del bueno y del malo, pero en muchos sentidos es cada vez menos producto de la fluidez caótica de fuerzas instituyentes y cada vez más como resultado de enfrentamientos entre bloques instituidos. El espíritu desmotherno nos seguirá acompañando seguramente, pero la ciudad cambia y la pregunta sobre el estatus de su condición fronteriza insiste.

 

5. Pensar y escribir (en) la desmothernidad

Quisiera cerrar con algunas consideraciones sobre el estilo del libro, pues Humberto Félix Berumen apuesta por una composición textual muy singular. A diferencia de otros libros suyos, donde la distinción entre su escritura y la de los autores que cita queda clara, acá sus límites se vuelven difusos. En Tijuana: Vivir (en) la desmothernidad, el marco teórico prefirió volverse pastiche y pasamos del op. cit. al dixit, de la cita bibliográfica al tejido intertextual. Es una enciclopedia rebelde que devino ensayo. Incluso su “falso epílogo”, como lo llama el mismo autor, es una compilación de epígrafes a elegir como sugerencia a un inexistente libro por escribirse.

Este palimpsesto y dialogía revelan entre líneas una rica tradición textual de ideas fronterizas. Tijuana es una ciudad que lleva varias generaciones pensándose y escribiéndose a sí misma (aunque algunas investigaciones foráneas sobre la ciudad luego lo quieran ignorar convenientemente), y esta polifonía textual no implica necesariamente un consenso o una sinfonía, sino un contrapunteo polémico intenso. No exactamente un “desmadre”, pero sí un juego de ecos y tensiones textuales a partir del cual se esboza una voz que nos hace navegar por el aluvión de nuestra desmothernidad suya.