Siempre me pareció que una clave para leer Succession está en su desproporción entre el descomunal complejo corporativo y el íntimo melodrama familiar. Como resultado de este cruce, la transnacional Waystar Royco aparece como pequeño negocio de familia y las pueriles riñas de hermanos devienen disputas históricas por la corona real.
Porque es cierto que la serie se inspira
en el drama shakespeariano de las familias monárquicas, algo en lo que
insiste tanto el apellido mismo de la familia "Roy" como las referencias
explícitas a Shakespeare en los diálogos. Pero también es cierto que Succession reconoce
la comedia marxiana de la burguesía oligárquica, cuyo sistema económico
socava irónicamente sus propios valores morales ("La burguesía ha
desgarrado el velo de conmovedor sentimentalismo que encubría las
relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones
monetarias", decía el Manifiesto).
Sin embargo, esto no significa que la serie afirme, con el Manifiesto en la mano, que en el mundo capitalista todo lo sólido se desvanece en el aire y todo lo sagrado es profanado. Más bien, Succession quiere demostrar que el sólido bloque de clase se fragmenta y recompone en el aire, mientras que la sagrada familia capitalista se sostiene y expresa en lo profano.
Y si esto es así —si la sólida clase se recompone en el aire y la sagrada familia se expresa en lo profano— es porque el capital financiero se presenta, ante todo, como un bricolage de sistemas mixtos. Moralidades conservadoras, valores liberales, innovaciones tecnocientíficas y exabruptos reaccionarios organizan sus alianzas en las mesas directivas de un complejo metaestable, no libre de tensiones violentas y contradicciones pragmáticas. Y Succession supo sacar provecho de estas tensiones y contradicciones del bricolage financiero contemporáneo: primero que nada como tragedia aristocrática y luego también como farsa capitalista.
Por eso hay algo de apropiado en que la "sucesión" del poder corporativo se haya resuelto, en la finale de este domingo, por un comprador extranjero que tomó al yerno del viejo patriarca como su mano derecha ("American CEO"). Es decir, la sagrada familia monárquica de los Roy no se desvanece en el aire precisamente, sino se recompone de forma fragmentaria en alianza (directa o indirecta, voluntaria o involuntaria) con las fuerzas profanadoras del capital extranjero.
En cambio, la figura trágica de Kendall deviene finalmente fársica al insistir, dentro del núcleo mismo del mundo financiero, en el supuesto modelo tradicional de sucesión monárquica. "I am the eldest boy!", grita (escupiendo) desesperadamente a sus hermanos, que ríen no solo por lo ridículo del argumento de sucesión por primogénito, o las infantilizantes palabras que eligió para defenderlo, sino porque incluso es factualmente erróneo, pues hay un hermano mayor (Connor, ignorado por default en la serie) y además un rumor (recordado por Roman) de concepción por inseminación artificial con semen comprado.
Succession muestra la alta esfera corporativa como un ensamblaje complejo con una composición de clase de pluralidad anacrónica, pues es capaz de tomar, en medio del acelerado y cambiante mundo financiero, elementos de la jerarquía aristocrática y su estructura familiar en la medida en que salgan a flote entre los choques de intereses, a veces violentos, que surgen al interior del mismo bloque capitalista.